viernes, 6 de mayo de 2011
El Ejercicio del Poder Político
Diego Alejandro Gallegos Rojas
El ejercicio del poder político conlleva una alta dosis de equilibrio emocional, de prudencia, de tolerancia, de respeto, de discrepancias ante los otros, acompañado siempre de un desempeño creíble, coherente, entre lo que pensamos, sentimos, hablamos, actuamos, pues, un líder debe controlar su vocabulario, sus epítetos, sus emociones, quien no sabe autogobernarse mal puede liderar a millones de personas que pensamos y actuamos diferente porque así es la naturaleza humana.
El poder político desatinadamente piensa que los ciudadanos somos dóciles, borregos, que debemos bajar nuestra cabeza, vivir arrodillados ante la soberbia, la arrogancia, la prepotencia de quienes pretenden gobernarnos.
Los ciudadanos libres tenemos todo el derecho a discrepar, a pensar, opinar diferente, y no por esto se nos debe encarcelar, enjaular nuestro pensamiento, ni ponernos un bozal para expresar nuestra opinión, hacerlo demuestra intolerancia, propio del fascismo, de personalidades enfermizas, de mentes trastornadas que pretenden imponer una absoluta verdad, ésta por muy útil y real que sea, no tendría razón de existir, porque así no funciona la democracia.
El poder debe entender la naturaleza del ser humano y no someterla a su antojo, al punto de silenciarla, de anular el pensamiento. Entonces, cómo podemos generar un conocimiento libre si fomentaríamos el servilismo, el culto a la personalidad, la concentración de poderes en un solo puño de quienes pretenden ser los redentores de la patria.
Sin embargo, ha ocurrido y ocurre en regímenes dictatoriales, y también en remedos de democracia, en donde el terror, el miedo a disentir se impone, reduciendo al ser humano a un simple mamotreto, inservible; el individuo pierde su autonomía, su libre albedrio, su dignidad, se lo desvaloriza, aquello es gravísimo porque contradice lo que es el buen vivir en democracia.
Cómo podemos pedir al ciudadano de la calzada, del asfalto, del empedrado, del polvoriento camino que respete a las autoridades, cuando son éstas las primeras en irrespetarlos. Cómo se puede pedir respeto hacia los otros, cuando ni siquiera me valoro, faltándome el respeto casi siempre.
Los líderes son el espejo palpable de nuestra realidad; si un líder insulta, descalifica, ofende, humilla a los que no pensamos ni actuamos como él, no tiene autoridad ética ni moral para reclamar respeto, porque sus insultos lo descalifican ante sí y ante la opinión pública nacional e internacional.
Lo peligroso sería que la sociedad a la que dice representar, se identificara con el carajazo, con la artillería de insultos, con ese pésimo estilo de gobernar, como lamentablemente ha ocurrido en estas últimas semanas en Ecuador. ¿Por qué no caerle a golpes, a patada limpia al que opina diferente, si desde el poder político se lo estimula para descalificar, acallar al adversario? ¡Qué pésimo mal ejemplo para nuestros niños y jóvenes! En cambio, si un buen líder fomenta el respeto, el diálogo, el disenso para llegar al consenso, si escucha los aportes de los ciudadanos, de los medios de comunicación, de la oposición, respetando las opiniones ajenas aunque no se las comparta, estamos ayudando para que nuestra democracia se fortalezca, estamos creando ciudadanos libres, responsables, patriotas que no sólo cuestionamos, criticamos, sino también proponemos un cambio de actitud, de compromiso con la Patria y no con los gobernantes momentáneos . Es ahí, donde hablamos de sociedades maduras, con conciencia crítica, con análisis político serio, construyendo piedra a piedra nuestra democracia imperfecta.
El poder debe entender también que el país no es un cuartel donde se impone la orden, el grito desequilibrado del jefe frente al subalterno quien tiene sólo que obedecer, y cumplir, porque las órdenes no se discuten, se cumplen nos gusten o no. Con mucha pena aquello ocurre en el país de la revolución de los miedos.
Si la autoridad es prepotente, el subalterno también lo es, porque los mejores ojos para mirarse serían las rabietas de su jefe, patrón, amo, sabelotodo, lo que le daría el derecho negativo para hacerlo. Mas, si la autoridad invita al diálogo, al encuentro, a la concertación, sus seguidores serían estrictos, sí, pero sin perder la sensibilidad del respeto hacia los otros.
Entonces, tenemos que domesticar nuestra palabra, vencer nuestros miedos, que son como nuestros demonios que nos impiden ver con claridad quienes somos, cómo estamos verdadera, realmente frente a nosotros y ante los demás.
El poder político debe comprender que no es aconsejable concentrar los poderes en una sola persona, con fines perversos para devorar con apetito desenfrenado la torta del poder, hacerlo atenta contra la democracia, el debido proceso, los derechos humanos. Los ciudadanos conscientes debemos reaccionar, oponiéndonos abiertamente sin miedo, utilizando de mejor manera el ejercicio de democracia directa para que no se vulneren nuestros derechos fundamentales.
También debe entender que adueñarse de la justicia no es propio de demócratas sino de dictadores que buscan concentrar su poder, convirtiéndolos más poderosos, intocables, creyéndose dioses omnipotentes, de carne y hueso. Lo peligroso, y triste seria que los propios ciudadanos legitimemos con nuestro voto, confundidos tras la figura mediática de un discurso de tarima, populista, revendedor de falsos sueños.
El país debe trabajar en la resiliencia como una visión más altruista de lo que debemos ser los seres humanos. No es una tarea fácil pero deberíamos dar el primer paso si realmente queremos tener una sociedad sana, fortalecida en el perdón, la reconciliación y trabajar sobre todo en el amor que nos libera, nos purifica, nos hace más humanos. Este es uno de los roles que deberíamos tener todos como misión positiva en nuestra vida.
El poder político como los ciudadanos debemos entender también que no siempre votar en positivo es bueno para el país. Cuando se trata de defender las libertades, en momentos de elecciones, de consulta popular es conveniente votar no, porque en democracia es mejor vivir libres en la pobreza que ser millonarios por el sometimiento.
Preocupa que el poder pretenda eliminar las libertades fundamentales, que son no sólo la esencia de la democracia, sino de nuestra condición humana. Si nos cortan las alas de la libertad, nos matan la vida.
La libertad no conoce de miedos, de adormecimientos, de sometimientos. La libertad conoce de la rebeldía bien entendida, de la resistencia frontal ante los tiranos, ante la prepotencia, ante el abuso de autoridad, de la obediencia desobedecida.
La libertad con responsabilidad dialoga en todos los idiomas, con todos los colores, tiene sentimientos, tiene ruidos y no silencios.
Los líderes no deben gobernar desde y con el odio, desde la arrogancia, la soberbia, la humillación, aquello es corromper el alma, apolillarla, matarla, rebajar al ser humano a su mínima expresión. Así no se gobierna a un país promoviendo la división, el caos, la venganza entre hermanos.
En el ejercicio del poder político, el rol principal que debe tener un líder es constituirse en el primer motivador, estimulando positivamente con sus discursos de autoestima, la confianza, la calidad y excelencia de su gente que es nuestra gente, con el propósito de perfeccionar nuestra alma, nuestro espíritu, que es perfeccionar la vida.
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