Four
Stories
I
Llama a Lina a
temprana hora recordándole que no llegue tarde como la última vez. El cielo
está oscuro y amenaza con lluvia. Las calles están atestadas de gente en medio
de las compras navideñas. Mira a varias mujeres cuando pasan frente suyo
recordando las enredaderas silvestres que se han colado por la ventana de su apartamento justo cuando Alison
Goldfrapp lanza un grito de agradecimiento a la multitud enardecida de
Glastonbury. Sopesa su suerte, descubre que no es tan mala después de todo.
Enciende un cigarrillo de esos raros, se desgañita en medio de risas inexplicables, realiza compras por
internet de cosas que no necesita: un cepillo de dientes eléctrico, una máquina
para tajar pan. Sale a la calle y encuentra que el bus no pasa y comienza un
breve coqueteo con una niña que parece de diecisiete quien lleva unos legis muy
apretados. El calor húmedo, las sirenas de las ambulancias, los hoyos debajo de
la base del puente vehicular donde duermen los indigentes, una serie de fotos
de Pete Doherty completamente ebrio, el valle infinito.
II
Noche de
navidad. Alucinaciones simples, siestas prolongadas, desconfianzas del Hotel
Mamá: margaritas en vasos plásticos. La vida sigue su curso permitiendo que
delgados holgazanes hagan su fiesta, las maravillas y prodigios musicales hacen
su aparición en contextos fuera de su entendimiento. En su mente escucha la voz
de Gahan diciendo “I´ll do anything, please”. En el supermercado ha comprado
una cerveza roja y una lata de pepinillos, se ha olvidado nuevamente de los
cigarrillos. Saca los pepinillos de su envase y los ha molido con sus zapatos
nuevos, un par de señoras se han quedado mirando. Descubre que una amiga suya
viaja a Nueva York y decide ir a despedirse parando un autobús inverosímil en medio de la noche, al llegar se
ha portado amablemente prorrumpiendo frases de un cliché espantoso que le
provocan nauseas dolorosas, lo único que quiere es largarse. Visita algunos
barrios marginales, se descubre hablando con un travesti que se parece a Elton
Jhon. Coge un taxi y mirando nuevamente al cielo piensa y se seduce con la idea
de un cuadro de Van Gogh.
III
Doce horas
jugando en su computadora cuando suena el teléfono, escucha atentamente los
remedios caseros que le permitirán recobrarse pronto para asistir a la fiesta
de esta noche. Los realiza con el juicio de una monja que presiente el final de
los tiempos. Hay un carro negro que lo
espera pero que no reconoce al principio, se acerca a la ventanilla del conductor y atestigua con
complacencia que las niñas tienen buena pinta. Al llegar al bar Mi Casa, se
desentiende de pagar el cover que le parece exagerado pero asiente de buena
manera cuando escucha que incluye una Miller. El bar esta casi vacío pero la
música es buena. Su suéter luce impecable, hay gente fumando en el patio, les
piden posar para unas fotos, sonríen, Silvana descubre unos brakets
transparentes. No importa piensa, ese par de siliconas lo perdonan todo. Al
llegar al climax de la fiesta lo han hecho en frente de un gran espejo con
ribetes de figuras de Sajonia.
IV
De repente siente todo el peso
de su delgada lengua dentro de su boca y por qué no, resulta un poco
inesperado, horas después le diría “ahora te toca a ti”. Estos bares
últimamente se están pareciendo todos a grilles de mala muerte. Suenan
canciones de un eclecticismo desconcertante. Visitan algunos otros antros del
la misma facha, ya nada se puede comprender, recordó haber votado una copa de
vino en el restaurante Il Forno. El concierto de Depeche Mode había despertado
en él la nostalgia de visitar sitios tan sombríos como la imagen de un paraguas
roto sobre la acera en medio de la lluvia.